jueves, 15 de abril de 2010

Despedida

¡Hola lectorxes! ¿Qué tal vuestras vidas? La mía un ajetreo desde que volví a España, ya hace un mes y una semanita. Durante este tiempo he seguido viajando para reencontrarme con gente a la que echaba mucho de menos, ver a mi familia y tratar de asimilar esta vuelta al viejo continente. Es por esa razón por la que no he podido escribir este post que os prometí donde quiero hacer una pequeña reflexión de lo que ha sido y ha significado para mi este viaje.

En esta época donde sólo se habla de crisis económica, donde el precio de cualquier alquiler es impermisible, sin tener hipotecas que pagar o hijxs que mantener y con unas rodillas y una espalda que todavía son todo terreno, he invertido ahorros en conocer una muy pequeña parte del mundo. Es importante conocer el mundo para saber quererlo y cuidarlo. Es importante conocer otros modos de vida, otras inquietudes y modos de convivencia para abrir nuestras mentes. Siento muy dentro de mi es que esto es de lo más grande que he hecho con mi vida. Viajar de mochilero es a partir de ahora una de mis grandes pasiones y objetivos.

Juan y yo partimos hoy exactamente hace ocho meses. Os cuento en que consistía mi equipaje esto por si os resulta útil. Cargamos pocas cosas, de las cuales no me sobró ni me faltó nada:

Cinco camisetas cortas y una larga, dos pantalones largos y uno corto, un forro gordo y otro fino, un abrigo, ropa interior para diez días, unas mallas interiores, un saco de dormir ultrapequeño, toalla-balleta, bañador, neceser, capa de agua, gorra, gafas de sol y de repuesto, frontal, baraja de cartas, cámara de fotos, móvil, cargadores para lo anterior y navaja multiusos. Creo que eso es todo. Tan sólo no usé el abrigo. Diez kilos y otros tantos de ilusiones cargados en una mochila regalo de mi comunión para vivir durante seis meses.

El balance del viaje es enormemente positivo. Lo único malo que me traigo a España es el recuerdo de mi robo e intentos de robo. El pasar hambre no encontrando sitios donde comer, las interminables horas de bus pasando varias noches seguidas durmiendo sobre ruedas, los calores sofocantes y los colchones duros nos son cosas malas, me producen incluso una sensación entrañable.

Ha sido muy enriquecedor compartir esto con mi amigo Juan al que ya tenía la sensación de conocer bastante pero que aun hemos aprendido mucho el uno del otro. Nos entendimos a la perfección en todo momento, nos respetamos y superamos la prueba con un doce sobre diez. ¡Ay Juanín que guay!

También hay muchas otras personas que hemos conocido y de alguna manera me quedo con su recuerdo. Luis, su familia y su especial acogida en Lima, los diferentes guías locales con los que aprendimos muchas cosas. Viajerxs que nos hemos reencontrado en diferentes partes de un mismo país o incluso alguna viajera a la que he visto en diferentes países.

He aprendido vocabulario nuevo sobretodo en frutas y verduras. Incluso en diferentes países latinos que hacen frontera no se usa la misma palabra para referirse a lo mismo. Tampoco allí usan la letra V como "uve" si no como "b corta o b pequeña y la B como "b larga".

El acento de las cincuenta películas dobladas al español neutro que habremos visto en los autobuses me llegó a parecer incluso como el que estamos acostumbradxs por aquí.

Si tengo que decir los sitios que más me han gustado no puedo especificar mucho porque parece que se desprestigia lo demás. Me quedaría meses enteros leyendo y relajándome en Cafayate (Argentina) o en Salento (Colombia). Me maravillaría otras mil veces con la fuerza natural del glaciar Perito Moreno o con la inmensidad del Salar de Uyuni. Caminaría por ciudades como Cuzco y me perdería en mercados como el de San Telmo en Buenos Aires o casi cualquiera de cualquier ciudad de Perú y Bolivia.

Creo que la comida local de la que más dimos cuenta son las empanadas argentinas. ¡Menudos empachos! Aunque también me quedo con el ceviche peruano o las ensaladas de frutas de los mercados bolivianos. Por supuesto es imposible de olvidar aquel buffet libre repleto de comida vegetariana elaboradísima en Mendoza (Argentina).

El viaje más largo seguido en autobús fue curiosamente nuestro primer viaje en este medio, desde Lima hasta la selva en Pucallpa. Un total de 22 horitas sentados. Aunque la distancia más larga quizá sea los 2500 km desde Puerto Madryn hasta Iguazú con una escala de unas horas en Buenos Aires.

Como anécdotas divertidas recuerdo la del taxista que nos llevó hasta casa de Luis la segunda vez que llegamos a Lima. Era el típico taxista hablador y simpático que resultó además ser polifacético. Nos contó que era agricultor y que había desarrollado innovadoras técnicas para cultivar la tierra. Ganadero con una producción de gallinas suficiente para ganar buen dinero. También era cocinero y no un cocinero cualquiera no, era el segundo de Perú, según sus palabras. También se dedicaba a la pesca y era un pescador nato en las costas del Pacífico y muy experto en el tema. Y bueno, que lo de taxista era una afición para sus ratos libres y sacar alguna plata extra jajajaja.

Ya para despedir tengo que hablar de este mismo blog. Casi 30 entradas para contar toda la aventura con detalle, regarla con las mejores fotos y usarlo de ventana al resto del mundo. Mucho trabajo me ha dado pero creo que el resultado ha merecido la pena. Mil gracias a esxs lectores habituales, Anso, mucho gusto en conocerte en París, Jarita qué mayor estás y qué preciosa, nuestros padres y madres y resto de la familia que ya sabéis lo que os queremos. También gracias a esxs que sólo miran las fotos.

Me sabe a poco despediros de esta manera pero es tal la magnitud de cosas que seguro que necesitaría otras cincuenta entradas más para contar todo bien. Lo mejor es que os animéis siempre que podáis para enriqueceros con este maravilloso placer de viajar.

Prometo que mis aventuras de mochilero seguirán siendo reflejadas por aquí pero todavía no sé cuando. Hasta entonces me despido un poquito emocionado tras recordar este viaje desde un lluvioso Madrid en una primavera incipiente.

Muchos besos viajeros.


Juan tiene parientes en Lima.



Monísimas en la costa de Callao.



Boris el francés asesino de la selva de Iquitos.



Este reloj acompañó a Juan durante todo el viaje.


Volvemos a los 60 en Trujillo.


Tuning.


En Perú debe ser normal anunciar lo que no se vende, en vez de a la inversa.



Perrito lindo y sin pelo en Chan-Chan.



Equipaje desperdigado en Huaraz.



Con ese nombre de calle, Juan resbaló en Cuzco.


No faltes.


Desayuno en una calle de La Paz.


Cocodrilo de verdad en La Paz.



Buenos publicistas.


Dentro de la mina en Potosí.


Alcohol de 96º para beber en la mina...


Os prometo que no lo pinté yo.





Foto natural en el salar de Uyuni.




Nada es imposible en Sucre.



Glamour en Salta.



Litronas en Salta pa mojar el bigote.



Cafayate y capulletes.



Estrenando el hostel de Uspallata.


¿Badenes en el Bolsón? Esteeee no.


Juan López Vázquez en Uspallata.


Fernet en Malargüe.



Las paredes de Bariloche son sabias.


Mi manoplita encajaba.




1 de Enero.


Cuerpazos forzudos en Mar del Plata.





Aguantando la risa en Río Gallegos.



Sin comentarios.



Empanadas con Quilmes en Plaza Mafalda.



"Si no va a pagar no entre". Valle de Cocora.



Arte en Bogota.



Última cerveza del viaje volando por los aires.





domingo, 28 de febrero de 2010

Esto se acaba

Hola amigxs, ¿como andáis? Yo siento un montón de cosas. No me creo que mañana sea el día de vuelta a Madrid después de casi seis meses. Siempre se siente que el tiempo pasa rápido, pero cuando uno ha dedicado medio año a conocer, explorar, empatizar, caminar... a abrirse al mundo para conocerlo, aun parece que el tiempo tiene menos sentido y que son las experiencias las que te hacen notar como uno madura y sigue aprendiendo muchas cosas.

Tengo muchas ganas de volver y durante esta última semana ese sentimiento no se me ha ido de la cabeza. Imagino que cuando me reencuentre con todas esas personas y lugares a los que tanto echo de menos me entrarán ganas de sacar las alas y seguir enriqueciéndome como lo he hecho hasta ahora. Pero ahora tengo la mente en vosotrxs.

Este no es el post de despedida pese a que va a ser el último que escriba desde tierras latinoamericanas. Creo que aún voy a sentir cosas que contar una vez esté en Madrid así que no bajéis la guardia y seguid pinchando en el enlace a mi blog que sé que tenéis en favoritos.

Pero como es menester, voy a contaros a que he dedicado mi tiempo en esta semanita corta en la que he descubierto algunos lindos lugares de Ecuador, país que tiene muchas cosas en común con sus estados vecinos. Vendedorxs por las calles, buses que te llevan a casi cualquier rincón, multitud de rasgos diferentes en las personas fruto de la mezcla con españolxs, indígenas y demás.






Otavalo es un pueblito indígena cuya población habla mayoritariamente Quechua y en el que la mayoría de sus habitantes siguen visitiendo con esa indumentaria característica de sus orígenes. Mujeres con largos vestidos, blusas y colgantes dorados y hombres con ponchos y alpargatas.



















En esta ciudad, todos los sábados se forma el que es el más grande mercadillo de toda latinoamérica. Todas las calles se repletan de artesanxs vendiendo sus productos y además a unos precios justos y asequibles. Yo llegué en día lunes así que solo pude visitar su mercado de la Plaza de los Ponchos que se monta y desmonta diariamente y que también tiene una buena oferta de artesanía.





Como os contaba, llevo varios días con la mente puesta en la vuelta y después de tanto tiempo viendo cosas, moviéndome de un sitio para otro tampoco me he dedicado a conocer absolutamente todo lo que ofrece esta pequeña ciudad. Pero si dediqué una buena caminata mañanera a conocer el lago de San Pablo y la cascada de Peguche, un lindo lugar en medio de un bosque de eucaliptos.





Tuve la oportunidad de comer chochos. Antes de que os llevéis las manos a la cabeza tendréis que saber que hay una semilla típica tanto de Perú como de Ecuador que recibe este nombre. En España lo llamamos altramuces aunque tengo que reconocer que la publicidad es bastante sugerente jijiji.

























Tras tres días en este entorno rural decidí viajar las dos horas que me separaban de Quito pero sin muchas ganas de volver a una masa de tráfico, ruido y gente.

Acostumbrado a visitar capitales de unos ocho millones de habitantes, nada más llegar pude ver que la capital de Ecuador tiene un ritmo más tranquilo, más pequeña, más accesible y me alentó el conocerla. Me alojé en un hostel muy económico en el centro de una conocida zona de marcha que me convenció para que fuera mi último hospedaje antes de volver a mi verdadero hogar.

El día siguiente amaneció lloviendo y nublado, pero aun así decidí ir a conocer la ciudad Mitad del Mundo, un monumento turistificado que se supone que está situado a latitud 0 es decir, justo entre el hemisferio norte y el hemisferio sur. Me gustó el que no hubiera practicamente gente debido al día humedo que se presentaba. También me resultó interesante el poder saltar de un hemisferio a otro pero más allá de eso el lugar no es mucho más atractivo.










Cuando volví al hostel descubrí que gracias a las nuevas tecnologías, hace unos años se descubrió que el lugar exacto donde es la latitud 0 está situado unos 200 metros más alla del antiguo monumento cosa de la que no me percaté allí y no pude ver el museo en el que explican cosas tan interesantes como que la gravedad actúa de manera diferente o el agua gira de maneras extrañas. En fin, excusa para volver.

El segundo día por aquí lo dediqué a pasear por el centro pero antes de llegar, en el bus de camino, una señora trató de hurtarme aprovechando el abarrote de personas que nos encontrábamos dentro. Suerte que me di cuenta y la señora no se llevó más que su cara de vergüenza.

Es realmente muy bonito el centro histórico de Quito, declarado patrimonio de la humanidad y es muy interesante perderse por sus calles bien conservadas igual que sus antiguos edificios coloniales.












Subí hasta el cerro Panecillo donde tienen una exagerada figura de aluminio de la virgen y pude ver la panorámica de la ciudad vigilada por el volcán Pichincha. Allí estuve un buen rato, disfrutando de la vista y tomándo el sol que creo que voy a echar de menos en cuanto llegue a España.









Se que he podido ser víctima de la mala suerte pero al bajar otro par de malintencionadas personas trataron de echárseme encima para despojarme de mis pertenencias, pero esta vez fui rápido y pude evadirles. Tras este segundo intento de robo me cansé y decidí volver a la seguridad de mi hostel.

Hoy domingo y para olvidar el par de anécdotas feas me fuí a pasear bajo un sol y un calor abrasador al enorme parque de la Carolina donde la gente disfrutaba de su merecido descanso haciendo deporte, pic nic o remando en sus barquitas a pedales.

Para llegar allí seguí por una gran avenida que estaba cortada al tráfico y abierta a modo de ciclovía. Otras grandes avenidas se cortan cada domingo y cientos de ciclistas aprovechan esta magnífica idea para pedalear y no contaminar.













Ahora aquí estoy, tecleando estas últimas líneas cuando la luz va a desaparecer en cosa de una hora. Mañana prontito madrugo para irme al aeropuerto y unas quince horas más tarde espero llegar sin contratiempo a Barajas.

No me gusta deciros adios porque por muchas ganas que tenga de volver este viaje ha sido una de las cosas más interesantes que he hecho a lo largo de mi vida y en cierto modo me resisto a que se acabe. ¡Espero que sea el primero de muchos más que haga!

Será en Madrid donde escriba mis reflexiones del viaje y os ponga un puñado de fotos anecdóticas. Muchisimos millones de besos ecuatorianamente refrescantes igual que el eslogan de la cerveza más famosa de aquí. Así que para no deciros adios os digo... ¡hasta pronto! Y me tomo esta a vuestra salud. Muaaaa